Anabel, un crimen perfecto [English translation]
Anabel, un crimen perfecto [English translation]
Me costó varios años de angustias, ansiedades, varios años de no poder sentirme realmente a gusto en ninguna actividad, no poder estar suficientemente tranquilo como para disfrutar de las cosas bellas de la vida.
Ni la soledad ni las compañías esporádicas eran capaces de suprimir en mi mente esa especie de ruido de fondo, esa gota de agua, esa bruma que me acosaba envolviendo cada uno de mis momentos, y que no se identificaba ante mí como un enemigo franco: sólo se daba a conocer mediante su acción sobre las demás cosas, como un par de lentes de sol que yo hubiese tenido puestos sin darme cuenta, notando siempre algo mal en los colores de lo que me rodeaba, pero sin atinar a descubrir qué era, ya que los lentes de sol no quitan la capacidad de discriminar un color de otro. Uno mira a través de ellos y todo lo que se ve es perfectamente lógico, o al menos tan lógico como lo que se ve sin los lentes. Las relaciones entre las cosas no cambian; sólo se vuelven un poco más tristes esas cosas que han de relacionarse.
Pero mi sicólogo me ayudó. Me hizo comprender que tenía que matar a alguien. Tantos años de regodeo con la violencia practicada por terceros, ya fuesen terceros reales o imaginarios, tantos años de leer crónicas rojas o novelas policiales, tantos años de ver asesinatos por televisión y de detener la mirada en la página de avisos fúnebres al hojear el diario. Sí. Tenía que dejarme de masturbaciones y asumir de una vez por todas que hasta no haber matado a una persona no podría vivir en paz conmigo mismo.
No sé por qué elegí a Anabel. Será porque yo la amaba, porque la veía tan hermosa y tan llena de vida que esa vida suya se me hacía patente en grado sumo; y en el mismo grado habría de ser patente la supresión de su vida. ¿De qué podía valerme asesinar a una persona de esas que andan en el mundo sólo por inercia, de esa que a nadie le importan y de las que nadie espera nada? ¿De qué podía servirme quitar la vida a alguna de esas personas que no la usan, que sólo la mantiene en estado latente, empleando su tiempo en quemarse lentamente a treinta y seis grados centígrados y medio, esperando el golpe de gracia de su fin biológico mientras se distraen en actividades frívolas que justifican sin pasión con argumentos no menos frívolos, consistentes en proverbios derrotistas y perogrulladas paralizantes? De nada, de nada podía servirme aniquilar a personas así, de nada que no fuese en todo caso hacerme de un poco de práctica en la técnica del homicidio, y así lo hice, como mero entrenamiento para cuando sonara la hora por mí señalada para la muerte de Anabel.
Pero, acaso exigido por años de lectura de buenas novelas policiales, tuve la pretensión de condimentar mi obra con la magia secreta del crimen perfecto. Para empezar oculté, borré de mi conducta todo indicio del móvil.
Era tierno y comprensivo con Anabel, y cuando nos casamos fuimos muy felices en nuestra luna de miel y en la educación y el cuidado de nuestros primeros hijos, de tal modo que cuando el asesinato se consumara –pensé– la gente iba a decir que yo la había matado –si es que de esto llegaban a enterarse– porque había enloquecido. Muy pocos notarían la petición de principio implícita en esa sentencia, y que resulta de afirmar a la vez que A mata a B porque A está loco, y que A está loco porque mata a B. En realidad la policía nunca averigua nada, nunca se entera del verdadero móvil de un crimen. En sus informes siempre, de un modo u otro, recurre a esa petición de principio. A mató a B –dicen– para quedarse con su dinero. Muy bien, ¿y cómo lo saben? Lo saben sólo porque A mató a B y se quedó con su dinero.
Siempre establecen arbitrariamente relaciones causales entre los hechos que observan. ¿Por qué A mató a B? Porque querría quedarse con su dinero.
Pero hay muchos A que ambicionan el dinero de muchos B. ¿Por qué A mató a B? Porque su codicia creció demasiado, más que la de los otros A.
¿Y cómo saben que su codicia creció demasiado? Porque mató a B. Así son las cosas. Ellos no saben por qué A mata a B. Y los enemigos de la policía, ¿saben por qué la policía mata a los que luchan contra el sistema? No, no lo saben. Fulano luchaba contra el sistema. Al sistema le molestaba Fulano y por eso lo mató. Eso responde a leyes estadísticas. Pero ¿por qué el policía Mengano mató a Fulano? No se sabe. Quizá lo enloqueció el poder, y por eso lo mató. ¿Y cómo sabemos que lo enloqueció el poder? Porque mató.
No fue nada difícil entonces ocultar el móvil del crimen. El único que lo conocía era mi sicólogo, y me deshice de él sin dificultad. Y él no era de esos sicólogos que andan ventilando las intimidades de sus pacientes, así que una vez muerto él, tuve asegurada su discreción con garantía retroactiva.
No faltará quien me diga que esos asesinatos preliminares que cometí atentan contra la perfección del que se hallaba en el centro de mis anhelos.
Pero yo siento que no es así. Maté a muchas personas pero en ningún momento llegué a experimentar el deseo profundo de quitarles la vida. Casi hasta podría afirmar que no los maté. Y con Anabel, sin embargo, todo funciona al revés. Vivimos juntos, somos muy felices, y jamás saldrá de mis brazos ningún acto de sangre que recaiga sobre ella. Pero la miro, le hablo, la acaricio, la abrazo, y todo eso siempre pensando en que ella va a morir y que yo soy el único artífice de ello.
- Artist:Leo Masliah